
Toda persona es única, incomparable e irrepetible.
Hay más de 7 mil millones de seres humanos caminando en esta tierra, y no existen dos iguales, en ningún sentido.
Si esto es así, es razonable pensar que el propósito de vida de cada quién es ser fiel a sí mismo. Ser “eso que se es” y no tiene parangón alguno en el universo. El valor está en lo auténtico, no en la copia o la réplica.
Ahora bien, ¿qué sucede si eso “que se es” es justamente lo que no agrada o se encuentra mal? En la respuesta a esto hay que ser enfático: todas las personas SON en esencia la mejor versión de sí mismos. No se trata de conquistar terreno desconocido, más bien de recuperar una posesión de origen.
Dicen que Rafael “vio” su David desde un inicio en el pedazo de piedra que le entregaron. Luego todo su trabajo consistió en sacar y limpiar todo aquello que no correspondía con la imagen que veía. Así consumo su obra maestra.
Todas las personas, únicas, incomparables e irrepetibles son un “perfecto David” desde el principio. Y la tarea consiste en limpiar impurezas y apartar lo que no corresponde. No se trata de “alcanzar” nada, el modelo está ahí desde siempre, solo hay que limpiar, pulir, cincelar, apartar.
Permitir que ingrese luz para que disipe las tinieblas.
El propósito de vida de todo ser humano es en consecuencia y en primer lugar, ser la mejor versión de sí mismo. Eso lo hace autentico y le otorga un valor que NADIE más podrá alcanzar en esta tierra.
“…Hay que seguir el propio camino, sin los impedimentos que típicamente interponen la conformidad o el miedo…”